En 2017 se cumplieron cuarenta años de la apertura de Studio 54. En el documental, estrenado al siguiente año, “Studio 54″, Matt Tyrnauer narraba la -breve- historia del mítico club neoyorkino de música disco que fue referencia posterior para otros muchos locales que intentaron también conjugar sus premisas de ocio. Una historia de música, éxito, frivolidad, amistad, mafia, fraude fiscal y cárcel que también dio lugar a una no muy inspirada ficción dirigida en 1998 por Mark Christopher. Con los elementos narrativos antes citados, convertir en película Studio 54 hubiera necesitado de un director con el pulso de Martin Scorsese para transmitirnos el exitazo y posterior decadencia del club.
Dos treintañeros judíos de Brooklyn, Ian Schrager y Steve Rubell, prueban con éxito a mediados de los setenta la fórmula de club nocturno musical más desenfreno para un público sin prejuicios en un emplazamiento de ocio del distrito neoyorquino de Queens: el Enchanted Garden, un local al que uno de los fundadores se refiere expresando que “los clientes eran el auténtico show del local”. El sueño más pretencioso de abrir otro club en Manhattan, lleva a los amigos a buscar una nueva ubicación para su proyecto en la Calle 54 de Broadway, que en esa época, además de exquisita programación teatral, era conocida por sus conflictos callejeros y problemas de delincuencia.
Tras las obras, cuyos costes se aproximaron a los 500 mil dólares, en la que participaron profesionales de la iluminación y expertos en la arquitectura de teatros, Studio 54 abrió sus puertas en la primavera de 1977. La inauguración fue un éxito. La relaciones públicas del local Carmen D’Alessio tiró de agenda y convocó para el bautizo de la discoteca a una ingente cantidad de personajes relacionados con la cultura y a famosetes de la jet-set europea y americana. Salvador Dalí, Mick Jagger y su mujer Bianca, los recién casados Donald e Ivana Trump, Liza Minnelli o Brooke Shields fueron algunos de los asistentes.
Un éxito mediático monumental que tuvo reflejo en la prensa del día siguiente y despertó la curiosidad ante el acontecimiento de Studio 54. A partir de ese momento, como dice en el documental uno de sus fundadores, “consistía en seguir alimentando a la bestia”. Una bestia que tuvo desde el primer momento problemas con su licencia, Ian Schrager y Steve Rubell solicitaron un formato de apertura del local de caterin que limitaba el consumo de alcohol y las horas de servicio que ofrecía a sus clientes, cuando en realidad se trataba de una discoteca que no entraba dentro de esa categoría administrativa, en la que el alcohol era servido y consumido a chorro combinado de puertas para dentro con otras sustancias ilegales menos populares. No hubo problemas en su primera temporada con estas ilegalidades. Todos querían acudir a Studio 54 y Steve Rubell controlaba el aforo haciendo criba interesada en la puerta. No ir afeitado o llevar una estética poco adecuada con el lugar podían ser motivo para impedir la entrada, situaciones que provocaron odios y antipatías contra Rubell que le granjearon fama de hacer una selección elitista de público a su local.
Fueron meses de triunfo y frivolidad, habituales como Truman Capote, Cher o Andy Warhol, nutrían las noticias del día siguiente dando publicidad y fama al club, hasta un entrañable y jovencísimo Michael Jackson cuando aún no había perdido color corporal, acudía como cliente al lugar entre la etapa de sus dos obras maestras, “Off the wall” y pocos años antes de “Thriller”. Todo parecía tan perfecto e ideal en el negocio de los colegas judíos, que lo que estaba a punto de ocurrir parecía hasta previsible. La caída: una redada en el local a finales de 1978 destapó un fraude a la Agencia Tributaria que, sumado a la incautación de cocaína encontrada en el despacho de los jefes, se los puso difícil a Roy Cohn, el abogado de los fundadores del Studio, experto en salvar el culo a mafiosos de Manhattan, que había conseguido meses antes que el local tuviera licencia fija de alcohol. Rubell y Schrager cumplieron pena de cárcel por crear una contabilidad B del local con la que defraudaron miles de dólares al fisco. No se deterioró la amistad entre los amigos empresarios, aunque no conocemos la versión de Steve Rubell debido a que falleció víctima del SIDA en 1989 y no hay demasiados testimonios suyos comentando la jugada. Gracias a la delación, los fundadores del Studio consiguieron reducir su pena de prisión porque denunciaron las irregularidades que conocían de otros negocios nocturnos neoyorkinos, la “competencia” del pasado, que fueron perseguidos y encausados judicialmente también. Studio 54 cerraba en febrero de 1980 con un fiestón al que acudieron, entre otros muchos, Diana Ross, Sylvester Stallone, Jack Nicholson o Richard Gere.
Habían acabado los días de vino y rosas de la leyenda, denominada en aquella época la “Gomorra moderna” de las discotecas.
José Martín S
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